miércoles, 28 de enero de 2009

Radioteatro premiado

El concurso de radioteatros de Radio Caos ha otorgado el primer lugar a El Vampirito de Flores (2008). Para escuchar la pieza completa, visite http://radiocaosblog.blogspot.com/2008/12/comunicado-catico.html

Guión: Maximiliano Papa Maidana y Guido Malzzini.
Voces: Hombre: Rocco Livieri.
Chica: Georgina Gallardo.
Locutor: Jorge Gabriel Riveros López.
Grabaciones: Ezequiel Fernández Molina, Guido Malzzini y Jorge Gabriel Riveros López.
Edición: Ezequiel Fernández Molina y María Cecilia Aguilar.
Coordinación: María Cecilia Aguilar.

El carácter lúdico del western

Por un puñado de dólares (Sergio Leone, 1964).


El duelo de armas de fuego es un momento típico del género western. Cuando llega, el mundo entero se detiene; el tiempo mismo pareciera interrumpir su flujo. El universo está atento a su resolución, la cual se demora hasta que los nervios del espectador se encuentran a punto de estallar; la explosión que sigue termina con el pleito de los duelistas tan rápida y estrepitosamente como el impacto de un rayo.


Sin embargo, hay algo más detrás de los duelos dentro de los films del western, y eso es su semejanza con los juegos infantiles. Para empezar, el tema mismo de los códigos de honor puede tomarse como algo lúdico; son normas que determinan la conducta que han de llevar los personajes, leyes no escritas que se dan por sentadas, tal como ocurre en muchos juegos infantiles. Si analizamos la cuestión desde el “juego previo” al duelo, vemos ahí toda una serie de provocaciones, amenazas latentes (así como también explícitas) que nos remiten a los desafíos que se suelen hacer los chicos entre sí; asimismo, puede remitir a las ofensas que se hacen entre hombres para demostrar su virilidad, lo cual nos devuelve al mismo punto, pues muchos de esos retos suenan como caprichos de “adultos aniñados”. En Por unos dólares más (Per qualche dollaro in più, 1965) vemos claramente varias situaciones de incitación a la violencia, de exaltación del macho: en la escena del saloon entre el personaje interpretado por Lee van Cleef y el bandido jorobado, el primero insulta al segundo encendiendo su fósforo en la espalda de éste. De la misma forma, el primer encuentro entre los dos mercenarios, el mismo van Cleef y Clint Eastwood mantiene a la vez una tensión importante, pero al mismo tiempo suscita la sorpresa e incluso la risa del espectador, y ello debido a la naturaleza inocente de las provocaciones entre ambos personajes: “juegan” a pisarle el pie más fuerte que el otro y prueban sus habilidades y destrezas con su pistola sin herirse. En esta escena en particular, el carácter infantil estaría resaltado incluso desde adentro de la película, donde unos niños escondidos, secretos espectadores del duelo-juego, se sorprenden de ver a adultos serios comportarse como ellos.


De la misma forma, si nos abocamos más específicamente a lo referido al spaghetti western, el duelo podría describirse como un juego y a la vez como un fetiche. Esto se debe a que, en ocasiones, directores han buscado elementos que introduzcan cierta novedad y agreguen un plus de tensión al desenvolvimiento de los enfrentamientos. A los dos individuos enfrentados se suele añadir un tercer factor que implica para ambos una especie de “regla del juego” que les es impuesta (o que al menos uno de los contendientes impone al otro) y que ambos respetan; esta “ley” es respetada hasta el final literalmente hablando, ya que lo que sigue al duelo es la muerte de uno de los jugadores-duelistas. Es así que podemos ver en El Mercenario (Il Mercenario), en Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari) y en Por unos dólares más cómo es que el tercer factor resulta fundamental, tanto en el crecimiento del nerviosismo (tanto de los personajes como del público) como en cuanto a originalidad del enfrentamiento. Por ejemplo, en Por unos dólares más el antagonista posee un reloj musical; su desafío al contrincante se basa en batirse al finalizar la melodía. Otro ejemplo es duelo final de El Mercenario, donde un tercer personaje encarna esa ley externa y marca el rumbo del juego; al hacerlo, impone imparcialidad a una situación que, de otra forma, pondría en desigualdad de condiciones a los personajes en conflicto. Su acción, consiste hacer sonar una campana cierto número de veces; la última marca el permiso para disparar. Finalmente, en Por un puñado de dólares, es el protagonista quien se encuentra en una posición de superioridad. Pese a tener todo a su favor, y casi como un fetiche, le propone al antagonista un juego (mortal), según el cual definirán si su pistola o el rifle de su oponente es el arma superior… lo cual inevitablemente determinará la supervivencia de uno de los dos duelistas.


Tal como el juego, el duelo tiene su tiempo propio; como muchos deportes, espectáculos y entretenimientos empieza a la hora señalada. Durante el desarrollo del enfrentamiento, nada más importa. De la misma forma, el duelo del western tiene su “campo de juego/escenario”, habitualmente ubicado en la calle principal del pueblo. El universo mismo hace de espectador.


Por otra parte, en los westerns convencionales también está presente el elemento lúdico, tanto a la hora del duelo como en los otros enfrentamientos armados. Podemos tomar los casos de La diligencia y de Más corazón que odio (The searchers, también traducida incomprensiblemente como Centauros del desierto), ambos largometrajes de John Ford. En ellos, las batallas contra los nativos americanos son representadas a la manera del verosímil de la época, el cual podría resultar in-verosímil a los ojos de los espectadores modernos, acostumbrados a una nueva clase de realismo (y no por ello más real). Los combates en estos films podrían parecernos inocentes por su semejanza con los juegos indios y vaqueros de los chicos: los contendientes prácticamente no se cubren del fuego enemigo y sonríen fugazmente, disfrutando de la sonora balacera.


Si bien el desenlace del duelo es casi siempre el esperado por el espectador, esto no disminuye el nerviosismo derivado de la supuesta incertidumbre de la lucha; en tanto juego, la resolución del duelo es casi siempre inesperada e impredecible. La victoria, como suele decirse en fútbol, “está para cualquiera”.


G. M.

Pensamientos profundos

La comida chatarra no sólo llena mi estómago, sino también mi corazón.

D. B.

Edgar Allan Poe: "Annabel Lee"

Hace unos meses tuve un encuentro casual muy ameno. Era de madrugada y esperaba al colectivo. De repente alguien me preguntó si todavía seguía el paro nocturno del transporte. Ahí nomás nos pusimos a conversar. Fue una vuelta a casa extraña, inusualmente agradable por la compañía inesperada. Ahora se lo quiero agradecer con este poema de Poe.

G. M.
Annabel Lee

Fue hace muchos y muchos años,
en un reino junto al mar,
habitó una señorita a quien puedes conocer
por el nombre de Annabel Lee;
y esta señorita no vivía con otro pensamiento
que amar y ser amada por mí.

Yo era un niño y ella era una niña
en este reino junto al mar
pero nos amábamos con un amor que era más que amor
—yo y mi Annabel Lee—
con un amor que los ángeles súblimes del Paraíso
nos envidiaban a ella y a mí.

Y esa fue la razón que, hace muchos años,
en este reino junto al mar,
un viento partió de una oscura nube aquella noche
helando a mi Annabel Lee;
así que su noble parentela vinieron
y me la arrebataron,
para silenciarla en una tumba
en este reino junto al mar.

Lo ángeles, que no eran siquiera medio felices en el Paraíso,
nos cogieron envidia a ella y a mí:—
Sí!, esa fue la razón (como todos los hombres saben)
en este reino junto al mar)
que el viento salió de una nube, helando
y matando mi Annabel Lee.

Pero nuestro amor era más fuerte que el amor
de aquellos que eran mayores que nosotros—
de muchos más sabios que nosotros—
y ni los ángeles in el Paraíso encima
ni los demonios debajo del mar
separarán jamás mi alma del alma
de la hermosa Annabel Lee:—

Porque la luna no luce sin traérme sueños
de la hermosa Annabel Lee;
ni brilla una estrella sin que vea los ojos brillantes
de la hermosa Annabel Lee;
y así paso la noche acostado al lado
de mi querida, mi querida, mi vida, mi novia,
en su sepulcro junto al mar—
en su tumba a orillas del mar.

Pensamientos profundos

Dicen que "un clavo saca otro clavo"; lástima que uno no tenga una fábrica de clavos.

D. B.

"El pequeño asesino"

Luego de un largo interludio, Cuadros de una Exposición -el recoveco sideral donde el arte vive al día y sobrevive con lo justo- vuelve al ruedo haciendo dedo.

En este tiempo, a Demetrio y a quien suscribe las obligaciones extra-bloggarias nos absorbieron por completo. Cada quien ha seguido adelante con sus propios proyectos, como un exitoso grupo musical que se da cuenta que su creación ya no da para más y se toma un tiempo para evaluar una posible ruptura o volver a los escenarios a robar con los grandes éxitos, siempre con el afán de robar más dinero haciendo cada vez menos.

Tal como sabemos los que estamos metidos en el exclusivo mundo de la cultura, el arte no se toma vacaciones. Jamás lo hace. El artista, en cambio, es edulcorante de otro sobrecito. Es así que a mi vuelta de mi retiro espiritual en el Norte de Argentina lo primero que hice luego de bajar del micro fue pedir prestado un celular para contactar a mi co-equiper. "Tnmos ke bolber al vlog", le manifesté, a lo que él respondió "KO", en un loable intento por decir "OK".

"El pequeño asesino" (2004, 46x32 cm; témpera s/papel) es un doble homenaje. Por un lado hace referencia directa a la tapa del disco Born again (1983) del grupo de rock Black Sabbath. Por el otro, es un secreto guiño cómplice al relato homónimo, perteneciente a El País de Octubre (1955), una recopilación de narraciones breves de Ray Bradbury que da cuenta de su producción literaria durante su juventud.

En la obra de Bergamasco, "El pequeño asesino" puede interpretarse como ése lado infantil, inocente e inofensivo que nos constituye como personas desde nuestra más temprana edad. Como reza aquel viejo lugar común (el guionista Alberto Alonso diría "los lugares comunes por algo son comunes"), esta pintura podría llegar a representar al adorable niño que todos llevamos dentro. O algo por el estilo.

G. M.