lunes, 2 de febrero de 2009

El cuaderno y la identidad

Un ensayo más de G. M. sobre la identidad; cómo la vamos haciendo, cómo nos va haciendo a nosotros, qué hacemos con ella, qué hace ella con nosotros, y así. Este texto es anterior a "El mundo como construcción del arte". Si me preguntan a mí, el otro me había gustado más por toda la cosa psicológica. Pero bueno, allá él si quiere compartirlo con el mundo.

D. B.

Naturaleza muerta con espejo esférico (M. C. Escher, 1934).


El cuaderno y la identidad


Tú y yo somos respuestas de ayer

La tierra del pasado se ha vuelto carne

Erosionados por los ríos del tiempo a las formas

que ahora poseemos.


“El sabio”, en Cuadros de una exposición, de Greg Lake.



La pregunta acerca de quiénes somos es vieja como la humanidad misma. La cuestión de la identidad ha sido abordada por un sinnúmero de pensadores a lo largo de toda la historia. En los párrafos que siguen, trataremos de ver este tema de la identidad desde la visión del filósofo Paul Ricoeur. Analizaremos dos historias de vida haciendo uso de algunos de sus argumentos; veremos de qué manera quienes narran sus vivencias lo hacen “escribiéndolas y leyéndolas” (interpretándolas) continuamente. Resulta complicado hablar de algo sobre lo que tanto se ha dicho sin caer en los lugares comunes; difícilmente sea la nuestra una empresa novedosa. Quizás al final podamos rescatar algo que haya hecho valer el viaje.


Disponemos de dos entrevistas: una fue hecha a Alicia, quien pasó su infancia en la ciudad de Viedma; la segunda entrevista es la que se le realizó a Jorge, un hombre de mediana edad que pasó por diversos trabajos a lo largo de su vida. La identidad está presente en los dos relatos biográficos y en la forma en que ambos son contados; creemos que el mismo acto de narrar anécdotas responde a la propia necesidad de crearnos una historia y una identidad.


Al respecto, Ricoeur tiene un interesante punto de vista. Primero que nada, es necesario explicar su concepción de Inteligencia Narrativa, que es la capacidad de armar relatos y entenderlos, surgida del conocimiento de los hechos de la vida y de la continua relación con la cultura en que se está inmerso. Es mediante el uso de la Inteligencia Narrativa que podemos configurar una trama y, así, ordenar las acciones para poder contar nuestra historia personal. Volviendo a lo anterior, podemos acotar que, aunque desconociesen el concepto, cuando los entrevistados respondieron a la consigna “contame tu vida” lo hicieron usando su Inteligencia Narrativa.


Según su Tesis de la Identidad Narrativa, Ricoeur expresa que, efectivamente, nosotros edificamos nuestra identidad narrando las acciones de nuestra vida; aquella es una construcción narrativa. De acuerdo con el filósofo, la persona se configura del resultado de las acciones que han tenido lugar en su vida. Sin embargo, no todas esas acciones que conforman su historia constituyen su identidad; el sujeto, en lo que es un triple momento, piensa, escribe y lee (interpreta) aquellas acciones, y es de ahí de donde puede responder acerca de sí mismo.


Cuando mencionábamos aquel “triple momento” nos referíamos a los conceptos elaborados por Ricoeur (las Mímesis I, II y III), que son etapas pertenecientes a la recepción del texto en las que se relacionan las experiencias del escritor y del lector.


La Mímesis I se refiere a lo que es previo al texto, al ordenamiento de las ideas y acciones y la construcción de una trama. Para ella es necesaria la Inteligencia Narrativa, así como la comprensión de la red de la acción. Esta pre-narración es indispensable, pues son los símbolos y los saberes previos (todos incorporados en relación con la cultura) los que le permiten a un autor escribir un texto y a un lector (o lectora) leerlo. Simplificando un poco la cuestión, la Mímesis II vendría a ser el texto en sí; el relato mismo es la configuración de la trama. La tercer y última etapa es la Mímesis III, que es la interpretación del texto. Sostiene Ricoeur: “El recorrido de la Mímesis alcanza su cumplimiento en el oyente o en el lector”.


Nosotros partimos, pues, de la idea de que la vida puede ser considerada como un libro (o acaso un cuaderno). Esto lo pensamos así en el sentido de que, tal como sucede con las tres etapas de la Mímesis, quienes narran sus historias de vida primero piensan sus relatos, luego los transmiten y después los procesan, les dan alguna clase de significado. Al principio se piensa qué “escribir”, a continuación se lo plasma en el “papel” y más tarde se lo reelabora, se tachan líneas enteras, se las sustituyen por otras, se agregan y quitan párrafos enteros, se corrigen errores, se vuelve a leer, se rescribe, etc.


Sin embargo, creemos que el proceso no es tan esquemático. Al fin y al cabo, estamos hablando de contar experiencias vividas, no de arreglar un carburador (salvo el caso de que la experiencia de vida en cuestión trate, efectivamente, de la reparación de aquélla pieza). A la hora de referir una anécdota, la fase previa a la escritura, la escritura en sí y la interpretación (o lectura) están mezcladas (y no por ello “desordenadas”) en la mente de quien cuenta. Luego de que el narrador ha revuelto entre sus recuerdos y ha encontrado lo que contar, ya los tres momentos se incorporan al unísono a la acción. Al tiempo que aquél piensa cuál sería la mejor manera de exteriorizar su relato, lo re-escribe de tal forma que sea funcional a su intención del momento, interpretándolo y resignificándolo constantemente. Guiada por su intención original, continúa la historia. El relato también se sigue rearmando según le convenga al narrador, quien mientras “escribe” con una mano, “borra” con la otra, “lee” (interpreta) y vuelve a “escribir”, y “lee” una vez más, todo esto siempre pensando cómo contar. De todo el relato, el narrador selecciona los pasajes más notables, que son los que interpretará llenándolos de sentido y que, a fin de cuentas, armarán su identidad.


Pero vayamos ahora a la entrevista de Alicia, en la que empieza contando una historia que le ocurrió al poco tiempo de haber nacido y que, sin darse cuenta, pronostica cómo sería su vida y “delata” su forma de ver el mundo.


Les voy a contar cuando nací, mejor dicho a los veintidós días de haber nacido, me descubrieron un, me operaron de un tumor en un pechito. Entonces, este… me llevaron a la sala de primeros auxilios (…), en Viedma fue; y me atendió Don Satti, que era un enfermero que hacía las veces de, de médico ¿no? Y él me cortó y le dijo a mi mamá que, que eso que me, que le había pasado fue por no haberme puesto María; como yo nací en el mes de María, me tendría que haber puesto María. Y ese Don Satti (…) es el que ahora lo van a canonizar, lo va a canonizar el Papa, porque era, la verdad que era un santo. Y el otro día cuando me, cuando lo escuché en la radio, lo leí en el diario me dio una tremenda emoción saber; porque yo lo conocí, ya después de grande lo conocí. Siempre me hablaba, siempre me decía que le pidiera mucho a María, porque la que me había salvado de ese tumorcito en el pecho, había sido María.


Vemos en el relato cómo aquel comienzo con problemas de su vida es entendido perfectamente desde su actualidad como creyente de la fe católica y, a su vez, ella elige contar esto porque hace a su identidad. Alicia, como todos los que cuentan sus experiencias vividas, arma su presente desde su pasado, eligiendo los episodios que según su criterio la han moldeado. Del mismo modo, seguramente su pasado (ella, su identidad, su vida) sólo tenga sentido si se ve desde su presente. Cuando llega el final de la entrevista, ella reconoce que todas sus historias “(…) rondan por lo mismo: el río, el mar, Viedma…”. Probablemente Alicia no haya sabido en su momento que esos hechos que ahora relata serían tan significativos para su historia personal, pero viéndolos desde su presente, tiene sentido que se hayan desenvuelto de esta manera. En el final vemos lo anterior desde otra perspectiva; estamos formados por recuerdos que procesamos y de los que extraemos sentido, siendo nuestra identidad el producto terminado.


La proyección del final en el principio la tomamos prestada de Ricoeur; Gloria Pampillo nos la ilustra con claridad:


(…) un relato abre la posibilidad de recorrer el tiempo al revés. Al recordar desde la conclusión los primeros acontecimientos (…) pensamos en la capacidad virtual que encierran de llegar a ese final.


Si pasamos a la entrevista hecha a Jorge, pareciera que en ella no se cumple esta cuestión de poder analizar en el final la potencialidad que encerraban ciertos hechos del principio. Sin embargo, si prestamos atención, veremos que lo planteado por Ricoeur termina por cumplirse. Quizás la diferencia con respecto a la entrevista de Alicia sea que Jorge no da a conocer de forma explícita su identidad, sino que más bien la esconde en lo que elige contar y en cómo refiere los hechos. Lo que se obtuvo fue una serie de historias relacionadas con diferentes etapas de su vida, vinculadas mayormente a las diversas tareas por las que pasó el entrevistado, quien comenzó a trabajar desde muy joven. Ya en al principio mismo aparece una “crisis de identidad”:


P: Y entonces, ¿me puede contar cómo es que lo empezaron a llamar “Jorge”?

R: Sí, Eh… tiene que ver con una crisis de identidad de principios de la adolescencia.

Este… en esos tiempos yo no me sentía identificado con mi papá, y sí había una persona que era el esposo de mi maestra que tomé como modelo, y precisamente se llamaba Jorge. De ahí surge esta… digamos la adopción del nombre; yo no quise ser Juan porque no me identificaba con mi papá en ese tiempo, pero sí me gustaba esta persona y yo quería ser como él, de manera que tomé su nombre.


Esta es la única ocasión en que alude explícitamente a la construcción de su identidad. El resto son historias mayormente relativas a su vida laboral y afectiva sin aparente conexión entre sí. No obstante esto, si hay un aspecto de su entrevista que sobresale por sobre el resto es, indudablemente, la intención de Jorge de buscar historias con un contenido un tanto más profundo, y es ahí donde debe ser buscada su identidad y el final en el principio.


Resulta notable cómo Jorge trata de recordar anécdotas concluyan con alguna clase de moraleja. Esto último pareciera importarle mucho, pues de casi todas sus historias se destacan, más que hechos divertidos o curiosos, experiencias con algún valor especial desde el punto de vista humano. El buscar historias suyas con moraleja es una manera más de construir la propia identidad.


Así, vemos que la elaboración de la identidad proviene de la búsqueda de ciertas historias especiales, lo que nos devuelve a Ricoeur. A través de su actitud, Jorge muestra la forma en que confeccionamos nuestro presente desde cierta historia especialmente elegida. Pensada desde esta perspectiva, puede resultar algo incompleta la respuesta dada por el psicólogo francés Thierry Henry a la pregunta acerca de ¿quiénes somos?: “(…) no somos lo que decimos, sino solamente lo que hemos hecho y hacemos ante los demás”. Diremos entonces que somos “lo que hemos hecho y hacemos”, pero también somos lo que decimos de nosotros mismos a los otros. La historia que seleccionamos es parte nuestra y también es nosotros.


Llegado este punto, podríamos recordar la tesis de Ricoeur sobre la Identidad Narrativa, la cual alude a la creación de la identidad por medio de la narración. Ricoeur dice que nosotros, todos, respondemos a la pregunta ¿quién soy? contando las acciones y los acontecimientos pertenecientes a nuestra vida o vinculados a ella. Vimos ya en sus entrevistas cómo Alicia y Jorge han confeccionado (y necesitan confeccionar) su “ser del yo” a través de sus vivencias; ellos precisan contar sus historias para obtener una identidad.


Si recapitulamos, nos encontramos con que narrar nuestra vida resulta ser una necesidad común a los seres humanos, porque es a través de aquella acción que podemos contestar esa molesta pregunta del comienzo y saber quiénes somos, conocer nuestra identidad. Tenemos que contar nuestra historia personal para ser y estar (sí, decimos ser y estar porque en español se puede ser sin estar). Si como dice Ricoeur, un texto no existe si no es leído, tal vez ocurra lo mismo con “el cuaderno de la vida”. Quizás suene como un acorde desafinado, pero podríamos llegar a decir que una vida que no es contada, no existe.


Para terminar, ¿cómo decir quiénes somos si no es a través de nuestro pasado? Podríamos tirar de ese hilo y llegar a otro nudo importante, pues ¿qué sentido tiene que ya al comienzo de nuestras vidas tengamos ya asignado un nombre, un género, una historia familiar, todos aspectos que nos preceden a nosotros mismos, si nuestra existencia entera está todavía por hacerse? Lo cierto es que la vida misma es el camino en que vamos encontrando quiénes somos en verdad, una tarea no buscada pero impuesta por el sólo hecho de respirar.



Bibliografía

Emerson, Keith; Lake, Greg; Palmer, Carl: Pictures at an exhibition, Newcastle, Cotillion/Atlantic Records, 1971.


Henry, Thierry: The idle Arsenal, Londres, Oxford University Press, 1988, página 14.


Pampillo, Gloria; Albajari, Augusto; Di Marzo, Laura C.; Lotito, Liliana; Méndez, Alicia; Sarchione, Ana: Una araña en el zapato, Buenos Aires, Ediciones de la Araucaria, 2004, páginas 126 a 165.

Heiku de las berenjenas

Heiku[1] de las berenjenas


por Melody Grinstein


Berenjenas sueltas,

Olvidadas en una pequeña mesa.

Distraídas

Eggplants;

Grandiosas,

Óptimas y naturales.

Negras.


Centro pictórico, universo

Onírico

Nacido de la creación liberadora.


Biombo ornamentado.

Elementos escondidos de algún

Recuerdo vago,

Encarcelado atrás del

Nimio reflejo de un

Juguetón

Espejo de piso.

No hay perspectiva;

Arriba es igual al

Suelo.




[1] Heiku o Hiakei: breve poema de veinte líneas, típico de la poesía japonesa.