domingo, 22 de marzo de 2009

Bodegón con berenjenas

Bodegón con berenjenas (Henri Matisse, 1911-1912).


Con respecto a su dimensión indicativa, el cuadro Bodegón con berenjenas (1911-1912) de Henri Matisse nos presenta el pequeño rincón de una habitación atiborrada de cosas. En el límite superior derecho del cuadro vemos representada una ventana abierta hacia el exterior. A través de ella vemos la campiña, acaso la francesa, rodeada de pequeños y verdes alpes.


Lo que más destaca parece ser la mesa, que luce disminuida si se la compara con los otros muebles plasmados en la obra; empero, no se tiene una verdadera noción de sus dimensiones. Tal vez sus medidas podrían apreciarse mejor si se tienen en cuenta las dos vasijas colocadas sobre ella, así como las dos frutas verdes colocadas encima de un plato blanco (¿quizás manzanas?) y de las tres berenjenas que se aventuran sobre el borde de la superficie.


Detrás de la mesa vemos lo que parece ser una suerte de biombo, atrás del cual divisamos dos elementos que sobresalen por sobre el, probablemente cuadros.


En la extrema izquierda observamos una especie de chimenea. Sobre ella vemos un diminuto ornamento floral. Entre aquélla y la mesita con las berenjenas vemos otro importante elemento que hace a la composición del cuadro: el espejo. Éste amplía el espacio, da testimonio de lo que acontece del lado del pintor al momento de su creación.


En lo que hace a la significación, podemos decir que el cuadro presenta una notable paradoja: la ausencia-presencia de perspectiva. Podríamos pensar que ésta si existe en el cuadro, que está determinada por la diagonal creada por la chimenea y por el espacio que crea el reflejo especular. Sin embargo, Henri Matisse se encarga de anularla absolutamente mediante la reproducción de un elemento igualador, uniformemente esparcido entre el piso y la pared: las flores lilas. Lo que parece ser un simple motivo, acaso un papel tapiz, se prolonga hasta el suelo, y viceversa. En ellas la noción de perspectiva no está presente; se muestran chatas, sin relieve, bidimensionales. Con ellas, el artista ha aplanado una imagen que por la ventana y por el espejo, podría haber creado una sensación de espacio viviente.


Más allá de lo anterior, también podemos decir que pese a mostrarse un espacio tan grande, no hay un protagonista en la pintura. Únicamente vemos la ventana abierta al campo, el espejo que refleja otra parte de la habitación y las berenjenas (que presumimos dan nombre a la obra), abandonadas en el centro.


Al respecto de la manifestación, podemos argüir que el cuadro genera cierto sentimiento de vacío y soledad. El autor crea un gran espacio, el cual es luego desdoblado por la inclusión de la ventana con su paisaje y del espejo con la otra parte de la realidad, la que estaría escondida al espectador. Este espacio amplificado carece, como se dijo antes, de un o una protagonista. Las berenjenas permanecen inmóviles en su centro, pero a su vez aparecen desordenadas, como si alguien las hubiese dejado allí y luego hubiese salido, pero no mucho antes que el autor/espectador llegase para dar testimonio del momento.


Asimismo, la disposición de los objetos puede llegar a resultar engañosa; si bien una posibilidad es la antes mencionada “salida apresurada de la escena por parte del (de la) protagonista”, la composición de la obra sugiere un cierto “desorden planeado”, una suerte de caos simulado, fríamente medido y planeado.


Como resultante de lo antes dicho, podemos afirmar que tal vez el sentido del cuadro sea el de la repentina ausencia, el vacío dejado por un cuerpo vivo que ya no está pero cuya temperatura aún se percibe en el ambiente, ya sea por lo que ha hecho como por lo que ha dejado inconcluso.



G. M.

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